Casi todo el mundo está de acuerdo en que las imágenes de cualquier tipo tienen un valor simbólico; unos para aceptarlas y otros para rechazarlas.
Sonreímos con cierta superioridad cuando nos cuentan que en algunas culturas no les gusta ser fotografiados por temor a que la cámara les robe el alma, pero no estamos tan lejos de esos sentimientos; toda nuestra relación con las fotografías está cargada de elementos mágicos que pasan la mayor parte del tiempo desapercibidos.
Vivimos en una sociedad en la que por poner sólo un ejemplo; quemar la foto del Rey está penado por la ley. En la que la presencia de fotos es apabullante, en la que la realidad que no puede ser comprobada se certifica en imágenes, en la que la vida se constata en los álbumes de fotos, en la que a los seres queridos se los lleva en la cartera, en la que los muertos permanecen en las casas a través de las imágenes, en la que las imágenes han proliferado de manera exponencial gracias a las cámaras digitales y los teléfonos móviles, con lo que se fotografía casi cada instante de nuestra existencia, con una necesidad absurda de certificar lo que acontece.
Por otro lado, que nosotros al fin y al cabo herederos de la sociedad romana y a su vez etrusca, seamos tan fanáticos de la imagen puede parecer lógico, lo que me sorprende es comprobar que en una sociedad tan iconoclasta como la musulmana en la que no se puede representar a Mahoma y toda su decoración huye de la representación física, las fotos tengan también su espacio de representación simbólica. Cuando un terrorista se inmola en un atentado, en los reportajes siguientes se observa a un portavoz delante del retrato que el magnicida se ha hecho expresamente para tal circunstancia. El terrorista ya no existe, pero su imagen en la que demuestra sus intenciones al estar cargado de armas, es el punto final y definitivo de su atentado. O bien, esos entierros musulmanes que vemos en las noticias, después de un ataque o atentado, en los que a pesar de que las víctimas están físicamente en sus féretros también se portan retratos grandes que certifican en cualquier caso lo que ya está presente... los muertos.
En cualquier caso y de forma diferente en cada cultura, la fotografía, las imágenes, tienen un valor simbólico, mágico del que casi nunca somos conscientes.
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