[...] por último los comerciantes se precipitaron por todas partes para acceder a la condición de fotógrafos profesionales y, cuando más tarde se generalizó la práctica de retocar el negativo (con la que los malos pintores se vengaban de la fotografía, el buen gusto cayó en picado. Era el tiempo en que los álbunes de fotos empezaban a llenarse. Se encontraban con preferencia en los lugares más gélidos de la casa, sobre consolas o veladores en los recibidores; encuadernados en piel con repulsivas incrustaciones metálicas y hojas de un dedo de espesor y con los cantos dorados, en las que se distribuían figuras bufonamente vestidas o cubiertas de cordones y lazos: el tío Alex o la tita Rika, Trudi cuando todavía era pequeña, papá recién llegado a la universidad. Y, por último, para consumar la ignominia, nosotros mismos: como tiroleses de salón, lanzando gorgoritos, balanceando el sombrero contra un fondo de neveros pintados, o bien como atildados marineros (una pierna recta y la otra doblada, como debe ser), apoyados en un poste pulido. Con sus pedestales, sus balaustradas y sus mesitas ovales, recuerdan los accesorios de estos retratos aquellos tiempos en los que, a causa de lo mucho que duraba la exposición había que proporcionar a los modelos puntos de apoyo para que se quedaran quietos. Si al principio bastó con apoyos para la cabeza o las rodilla, pronto aparecieron "otros accesorios", como sucedía en los cuadros famosos y que, por tanto, debían ser 'artísticos'. Los primeros fueron la columna y la cortina. Ya en los años 1860 hombres de más luces se opusieron a este desmán [...]
Pequeña historia de la fotografía, 1931 Walter Benjamin (1892-1940), "Sobre la fotografía" Ed. Pre-Textos, 2004, pág. 33-34 (Traductor José Muñoz Millares)
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