Declaración de intenciones (2006)


Los intelectuales conservan algo del arúspide y del monje enclaustrado y onanista, aunque tienen bastante más del amanuense cagatintas que encuentra placer en ponerlo todo por escrito. Para muchos de ellos, la vida sólo consiste en una excusa o una ocasión buscada para después poder escribir acerca de ella. [Walter] Benjamín era un intelectual típico que anotaba sus aficiones, sus viajes, sus desengaños amorosos, sus sueños y casi todas sus ocurrencias, razón por la cual acabó legando un cúmulo de escritos inarticulados que, por desgracia, han servido para producir incontables imitadores tan dispersos e inasibles como él mismo

Enrique Lynch, del libro “Prosa y circunstancia” Anagrama, Barcelona, 1997 (pág. 35-39 –La lista de Benjamin-).

A Lynch no le gusta Benjamin y le parece mal todo lo que hace. Nos cuenta que Benjamin cuando huyó de la Alemania nazi llevaba entre sus papeles una lista, la lista de los libros leídos. Benjamin tiene un visado para Estados Unidos, su intención es embarcarse en Lisboa, tiene que cruzar España. Atravesaba los Pirineos a pie con una pesada maleta negra que arrastraba y donde se encontraban sus escritos. En Port-Pou le niegan la entrada al carecer de permiso para salir de Francia. Derrotado, se suicida; ingiere morfina, pasa toda una noche, llaman al médico, pero se niega a que le hagan un lavado de estómago. Muere el 26 de Septiembre de 1940, a los cuarenta y ocho años de edad, fue enterrado en Port-Bou, pero su tumba no se encuentra.

Benjamin viajaba con una lista de todos sus libros leídos: mil setecientos doce títulos; ni uno más ni uno menos. Horas antes de suicidarse no dejó de anotar un último título, una novela francesa menor. Por mucho que especulemos, no sabremos que significado tenía esta lista para Walter Benjamin.

Comentarios