Cuántas fotos no hemos roto en fragmentos indistinguibles y con cierta aprensión hemos tirado a la papelera, o por supersticción hemos quemado o ahora mas simplemente hemos "borrado", aunque con el sentimiento de extrañeza que produce la destrucción de algo que ya existe.
Nada como la fotografía para tener la impresión que algo se crea de la nada; es lo que ve el ojo, pero que ahora está y el segundo siguiente ya es otra cosa. No hay nada más mágico para atrapar la fugacidad del instante que ya ha pasado.
Destruimos esas fotos que han salido borrosas, o mal tiradas, o que no nos gustamos. O mas dramáticamente aquellas que son testimonio de nuestra relación con algún hecho o persona que de pronto queremos olvidar. Cuando rompemos con algo o alguien, desearíamos ferviertemente extirparlo de la memoria para no sufrir, pero nuestra mente es lenta y necesita mucho tiempo. Destruir las fotos o imágenes que certifican esa existencia es una forma de desahogo, de intentar acelerar el paso del tiempo para que cicatricen nuestras heridas.
Con la eliminación de todas esas imágenes celebramos un ritual que a menudo es mas efectivo que la firma de un divorcio en el que sólo estampamos nuestra firma al final de un documento que apenas nos atrevemos a leer. La quema, borrado y el dolor de nuestros dedos después de romper tantas fotos en trocitos es más liberador que una simple firma. Hay casos en los que simplemente se recorta a la persona odiada y se mantiene la foto original. Como asegurando que el error ha sido del otro, que la boda fue acertada por nuestra parte y así contemplamos el retrato del casamiento con el brazo ofrecido a nadie, porque falta la mitad de la foto.
Yo me he hartado de triturar fotos. Las de cuando era pequeña y me pelaron al rape para que el pelo me creciera más fuerte. Siendo muy cría ya las destrozaba. Las de mi padre, que recuerdo existían, pero mi madre eliminó absolutamente todas y no puedo fijar mi memoria de niña de tres años cuando lo vi por última vez. Todas las que he roto después de mi divorcio o de experiencias amistosas desastrosas, sin duda centenares de fotos, viajes que ya sólo pueden existir en mi memoria y a medida que va pasando el tiempo es más frágil.
Curiosamente hay un tipo de fotos que suelen descartarse inmediatamente, como son las borrosas o mal tiradas, que ésas, precisamente ésas, me cuesta suprimir, precisamente porque carecen de significado no me molestan y al contrario siempre he tenido la impresión de que expresan algo, sin duda misterioso y enigmático.
Con la eliminación de todas esas imágenes celebramos un ritual que a menudo es mas efectivo que la firma de un divorcio en el que sólo estampamos nuestra firma al final de un documento que apenas nos atrevemos a leer. La quema, borrado y el dolor de nuestros dedos después de romper tantas fotos en trocitos es más liberador que una simple firma. Hay casos en los que simplemente se recorta a la persona odiada y se mantiene la foto original. Como asegurando que el error ha sido del otro, que la boda fue acertada por nuestra parte y así contemplamos el retrato del casamiento con el brazo ofrecido a nadie, porque falta la mitad de la foto.
Yo me he hartado de triturar fotos. Las de cuando era pequeña y me pelaron al rape para que el pelo me creciera más fuerte. Siendo muy cría ya las destrozaba. Las de mi padre, que recuerdo existían, pero mi madre eliminó absolutamente todas y no puedo fijar mi memoria de niña de tres años cuando lo vi por última vez. Todas las que he roto después de mi divorcio o de experiencias amistosas desastrosas, sin duda centenares de fotos, viajes que ya sólo pueden existir en mi memoria y a medida que va pasando el tiempo es más frágil.
Curiosamente hay un tipo de fotos que suelen descartarse inmediatamente, como son las borrosas o mal tiradas, que ésas, precisamente ésas, me cuesta suprimir, precisamente porque carecen de significado no me molestan y al contrario siempre he tenido la impresión de que expresan algo, sin duda misterioso y enigmático.
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